Ella no cree en nada, tal vez ni en el amor que le profeso pero necesita que le bese sus inseguridades, que acaricie sus miedos y que abrace los malos recuerdos, ella me necesita sin aceptarlo.
Pero ella decidió quitarse la curiosidad conmigo de como hacer el amor, de hacer que el amor exista. Creo que ya aprendió la lección, pero con lo persistente y necia que es, no se conforma con una y quiere perfeccionar el arte, ese que yo le enseño entre mis brazos, debajo de ella y en ella, su candado ahogándose de mi llave, yo ascendiendo y ella hundiéndose, solamente le he enseñado a hacer lo infinito entre sus muslos.
Si la tuviera a mi lado, le haría el amor cada madrugada como lección de un amor que no se compra ni se vende, tampoco se regala, solamente se aprende. Cada uno de esos días abriría los labios para saborear los suyos, para saborear su sexo, me colocaría a su lado y la castigaría metiéndosela y sacándosela mientras mi brazo acaricia su pierna y sus caderas. Intentaría con mi lengua alcanzar sus pezones y morderlos con fuerza para que sienta que a veces el dolor también es amor, le preguntaría si se portará bien, mientras me lleva la contraria en su respuesta y continuaría clavándola. Su espalda sudaría en mis manos y llegaría hasta el final de sus caderas, su pecho ardería junto al mío. Sin sacar mi miembro, la llevaría a alcanzar el climax, el cielo, lo que ella pueda creer que es amor y entonces terminaría durmiendo entre sus pechos y dejándola adentro como ella me lo pediría. Le mostraría cada día una nueva lección de amor mientras dormimos con las piernas enredadas unas horas mas antes del amanecer y cada día creería mas en el amor.
Pero no la tengo, ella es tan distante durante mis madrugadas, he optado por darle las lecciones cuando sale el sol y al llegar la noche, cuando estamos a un beso de distancia, cuando somos demasiado valientes para dejarnos en libertad pero lo suficiente humanos para quedarnos con el recuerdo casi inevitable de nuestro amor. Tomarnos de la mano, a veces solo es sentir el infinito mientras los nudos de nuestras almas se van enlazando.
Yo la quiero a ella, para devorarla como se devora cada noche, para que mis vinos resbalen en su boca. Yo la quiero porque me han aburrido los corazones de piedra y las cabezas de madera. Yo la quiero a ella y a veces me quedo sin palabras para decírselo, entonces solo espero que pueda en mis ojos ver que yo la quiero a ella.
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Pero ella decidió quitarse la curiosidad conmigo de como hacer el amor, de hacer que el amor exista. Creo que ya aprendió la lección, pero con lo persistente y necia que es, no se conforma con una y quiere perfeccionar el arte, ese que yo le enseño entre mis brazos, debajo de ella y en ella, su candado ahogándose de mi llave, yo ascendiendo y ella hundiéndose, solamente le he enseñado a hacer lo infinito entre sus muslos.
Si la tuviera a mi lado, le haría el amor cada madrugada como lección de un amor que no se compra ni se vende, tampoco se regala, solamente se aprende. Cada uno de esos días abriría los labios para saborear los suyos, para saborear su sexo, me colocaría a su lado y la castigaría metiéndosela y sacándosela mientras mi brazo acaricia su pierna y sus caderas. Intentaría con mi lengua alcanzar sus pezones y morderlos con fuerza para que sienta que a veces el dolor también es amor, le preguntaría si se portará bien, mientras me lleva la contraria en su respuesta y continuaría clavándola. Su espalda sudaría en mis manos y llegaría hasta el final de sus caderas, su pecho ardería junto al mío. Sin sacar mi miembro, la llevaría a alcanzar el climax, el cielo, lo que ella pueda creer que es amor y entonces terminaría durmiendo entre sus pechos y dejándola adentro como ella me lo pediría. Le mostraría cada día una nueva lección de amor mientras dormimos con las piernas enredadas unas horas mas antes del amanecer y cada día creería mas en el amor.
Pero no la tengo, ella es tan distante durante mis madrugadas, he optado por darle las lecciones cuando sale el sol y al llegar la noche, cuando estamos a un beso de distancia, cuando somos demasiado valientes para dejarnos en libertad pero lo suficiente humanos para quedarnos con el recuerdo casi inevitable de nuestro amor. Tomarnos de la mano, a veces solo es sentir el infinito mientras los nudos de nuestras almas se van enlazando.
Yo la quiero a ella, para devorarla como se devora cada noche, para que mis vinos resbalen en su boca. Yo la quiero porque me han aburrido los corazones de piedra y las cabezas de madera. Yo la quiero a ella y a veces me quedo sin palabras para decírselo, entonces solo espero que pueda en mis ojos ver que yo la quiero a ella.
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